No te puedes convertir en lo que no puedes ver, ¿o sí?
Soy un inmigrante mexicano de primera generación y vine a los Estados Unidos con mi familia en busca del sueño Americano en 2001. He luchado contra una enfermedad de inmunodeficiencia crónica desde que nací y sobreviví al cáncer en 2016. Soy un firme creyente de que la educación tiene poder generacional e igualador y me hubiera gustado ver a más personas que se parecieran a mí durante mi camino.
Fue un choque cultural cuando aterricé en Iowa sin boleto de regreso, con mi maleta, una mochila llena de tamales congelados y $60 dólares en el bolsillo para un taxi. Cuando llegó el día de mudarme, no esperaba tener uno de los días más tristes de mi vida. A medida que algunas familias iban dejando a mis compañeros, yo estaba solo, a más de 1500 millas de distancia de casa. Aunque no es fácil confesarlo, esa noche y muchas más lloré hasta dormirme. Cada mañana me despertaba y le pedía a Dios que me diera fuerza para continuar.
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Con el tiempo, mi vida universitaria se hizo más fácil y agradable. Me convertí en un líder estudiantil y aproveché todas las oportunidades que tuve para crecer. Tuve la suerte de recibir el apoyo que necesitaba de los profesores, del personal, de mis compañeros de clase y de mis hermanos de fraternidad para no sólo sobrevivir sino también prosperar.
Una mañana durante mi último año, cuando salí de la ducha, recibí una llamada de un reclutador de Principal. Me ofrecía la posibilidad de unirme a un programa de desarrollo de liderazgo en la sede central de la compañía. En ese momento se me vino a la mente toda mi vida: cuando llegue de México, cada visita al hospital, cada turno nocturno trabajando en Subway, cada dificultad financiera que mi familia enfrentó, todo había valido la pena. Terminé corriendo por los pasillos lleno de alegría, envuelto en una toalla. No me estaban dando una simple oferta formal de trabajo; era la oportunidad de mi vida, una oportunidad para cambiar el curso de la historia y de impactar generaciones venideras de mi familia.
Trece años más tarde, todavía sigo trabajando en Principal y ahora vivo de nuevo en Arizona. Comparto mi vida con la mujer que amo y soy padre de la niña más amorosa, inteligente, traviesa, y amable que conozco.
He sido el primero en muchas ocasiones, pero también sé que no seré el último y que habrán muchos más como yo. Les propongo a todos los estudiantes latinos de primera generación que sigan luchando, que sean pacientes, que confíen en el tiempo y que trabajen duro para lograr sus metas. Les prometo que lo mejor ESTÁ POR venir.